12 agosto 2009

Más seguimiento

Los enfermos a quienes se envían a los balnearios no es para curarlos. Es para quitárselos de delante
Santiago Rusiñol


En mi profesión sólo hay dos formas de acabar la relación con un "cliente". Se produce una u otra en función de cuál de los dos se canse antes del otro: o él, o yo. En realidad hay otra vía, pero creo que podemos incluir el impago en alguna de las anteriores.

Como les comenté la semana pasada, me gusta seguir a mis pacientes, incluso cuando hemos hecho un paréntesis en el tratamiento. Hum... esta frase me traerá problemas en el juicio, seguro...

He podido notar grandes avances en la situación del señor Kent. En efecto, sigue teniendo esa personalidad escindida, pero no se trata de nada que le impida convertirse en tertuliano de televisión. El progreso lo he notado en su forma de distinguir una de otra. Ya no se limita a quitarse las gafas:

Estoy especialmente orgulloso de otra paciente. Creo que por fin ha aprendido a llevar mucho mejor las discusiones con su familia, especialmente con su padre.

El que me deja preocupado es otro viejo conocido. Verán, al principio todo parecía ir bien. Incluso noté que desarrollaba cierto sentido del humor en una variante inédita en él. Con eso me refiero a que nadie acababa con un cuchillo clavado en la espalda ni ninguna de esas performances que hacía antes para sus amigos. Desarrolló una buena amistad con ese tipo, aunque acabó degenerando en dependencia.

Hasta ahí podríamos decir que todo bien. Muy bien, incluso, ya que pudo hasta dejar su obsesión por la carne de jabalí y volverse un prometedor iniciado en la cocina. El problema es que no tuve en cuenta lo obsesivo que es este hombre cuando le recomendé que intentara hacer amigos a través de Internet. Bueno, eso y...

... y que tampoco tuve en cuenta lo que le gustan los niños.

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